martes, 29 de abril de 2008

Guillermo

PAULA BARQUET llena de palabras el último aliento, trae a los locos, y resuelve con el misterio de lo que nunca terminó de ser comprendido. Al final, la vida reducida a palabras dichas parece una prueba, una especie de examen que se pierde una y otra vez, hasta en la última convocatoria.

GUILLERMO
Cuando el ser humano muere dice cosas. Y en este mundo de palabras fáciles (hola, chau) y distraídas (tengo sueño, qué hora es), algunas personas hoy están diciendo las últimas. A veces tendrán sentido, serán el epílogo meditado de quien se despide del mundo. Quizá, con humor: “Esto es lo que le pasa a los chicos malos” (Alfred Hitchcock), “Luz, más luz” (Goethe), “Perdonen por mi polvo” (Dorothy Parker), y la mejor: “Jesús mío, misericordia” (Al Capone). Otras veces la muerte nos pescará discutiendo en el auto o cantando al bajar una escalera y ahí las palabras tendrán el honor de haber sido las últimas sin merecerlo. Las más interesantes son las de los locos. Las del pleno delirio, demencia senil, las de años de agonía e incomprensión, esas verdaderamente mueven nuestros cerebros al escucharlas. Constituyen un misterio. Son palabras que se han ganado el lugar privilegiado de ser las últimas y quizá despidan a la persona en paso sin que nadie las comprenda. Pero las escucharemos, y les prestaremos una atención desmedida. Las pensaremos, y las repensaremos una y otra vez. Y no las entenderemos.
Los locos repiten. Dicen Guillermo, Guillermo, Guillermo. Insisten: Guillermo, Guillermo, Guillermo. Nos preguntamos quién será Guillermo. Un novio, un perro, un profesor, el amigo de, el primo de. Al rato, luego de un largo silencio: Guillermo López, Guillermo López, Guillermo López. Guillermo López, Guillermo López, Guillermo López. Pausa, y luego, un ángel, un ángel, un ángel, un ángel. La relación entre Guillermo López y el ángel de repente rompe nuestras mentes y creamos el personaje de ese hombre que portaba una medallita de un ángel en el pecho, al que ella le quiso hablar tantas veces y nunca se animó. El silencio ayuda, las palabras intercaladas con suspiros en medio de la nada tienen un poder insospechado en nuestra imaginación.
Total, que la persona muere y lo último que quería evocar no era Guillermo López y cierto ángel. Desde el cielo grita que nunca quiso lastimar a nadie, agradece a todos los que la cuidaron con amor, y se saca las ganas de explicar que Guillermo López fue un vendedor de libros que le había prometido la biografía de un santo cuyo nombre no recuerda, no de un ángel, perdón por el error, es que ya no estaba cuerda. Y nadie la escucha ya. ¿Qué diremos al final de nuestras vidas?

martes, 22 de abril de 2008

Concepción

FLORENCIA AMARO afronta con entereza el parto de un texto. Es una madre responsable. Sobran más comentarios.

CONCEPCIÓN
Estoy embarazada. De tres palabras, ahora más, y un signo de puntuación. Espero para los 2.500 caracteres, quizás los 2.300, no lo puedo garantizar: la naturaleza es sabia pero no adivina. Pero tengo que confesar algo. No es mi hijo. Soy un vientre alquilado por alguna voz que viene del más allá. El trato me autoriza a tener ciertos derechos sobre el nuevo ser. Como elegir la forma de concebirlo. Entonces, cuando la voz habla recurro a mi lápiz mecánico 0.7 y una libreta rayada Papiros. Cuando la voz habla, como en plena emergencia fisiológica, corro a mis dos aliados. La voz habla, la escucho, y registro cada una de sus palabras.
Es muy romántico escribir a mano. El placer de sentir cómo se deliza suavemente el lápiz sobre la hoja. No tiene comparación. Cada verbo, adverbio y adjetivo es minuciosamente calculado. Cada signo es minuciosamente aplicado. El punto es el punto. Respiro y prosigo. La coma es el hambre de querer seguir sumando más aderezos al menú. Y el punto y aparte, es el añorado descanso de la mano y el lápiz. Pero la mente insiste, sigue hablando y termina por imponer una carrera contra reloj al resto del cuerpo. Es lo que tienen los partos naturales. Son lentos, dolorosos y asquerosos (mano manchada de grafito). Y en esa distracción, muchas veces lo único que escribo son copias empobrecidas de lo que habría sido el original perfecto. Probar otro método sería una condena a la inmortalidad ficticia, la de una velocidad que gana al puño del escritor, propia de la tecnología. A veces me deja sola.
El momento más frustrante para una madre es ilusionarse con el hijo que no va a llegar a nacer. Porque la idea puede ser inoportuna y llegar en el momento menos apropiado. Retengo cada expresión, trato de improvisar un poco con mi léxico, pero una madre sabe cuándo llega el final. Para el escritor, sentir morir una idea es sentir morir una creación. Los hijos son una creación. Mis escritos son mis hijos (mi familia es numerosa). Es como un embarazo que no llega a término, y despoja a los padres de toda ilusión; algún Pulitzer, tal vez. Me da miedo quedar estéril. Pero silencio, la voz se quiere callar, y me dice que no queda bien hablar de la muerte, cuando una nueva vida acaba de llegar.

martes, 15 de abril de 2008

Chocolate

HUGO HERNÁNDEZ prefiere, supone, se pregunta, mira... "El chocolate puede no ser dulce, puede ser amargo. Todo tiene dos formas de mirarlo, tan sólo hay que saber hacerlo". El chocolatero HUGO prefiere, supone, se pregunta, mira... y enfrenta: hace.

(Además, HUGO es optimista).

CHOCOLATE
Lo prefiero de chocolate. Un jardín hecho de chocolate. Imagino un rosal, una enredadera. Flores blancas y marrones, la conjunción perfecta de color. Armonía. El pasillo central, de chocolate en rama, atraviesa el lugar y muere en la olla del cocinero del jardín (supongo que en un jardín de chocolate el jardinero debe de ser una especie de repostero). Alrededor hay restos de maní que conducen hacia una puerta hecha de waffle. En letras de chocolate dice: “Los que entráis, abandonad toda esperanza”. Sorprendido, tal vez empalagado, me alejo. Sin embargo no puedo evitar preguntarme si el infierno en lugar de fuego tiene también chocolate, aunque difícilmente la dulzura pueda existir ahí. Tengo que averiguarlo. Migajas de waffle caen sobre mis zapatos al abrir la puerta. “Bienvenido al jardín de las palabras”, se escucha apenas de una voz gruesa gastada, como la de un anciano en el silencio del lugar. Al final de la sala hay un libro gordo. La página que muestra tiene escrita en letra cursiva una pregunta: “¿Entiendes?”. (Suena una alarma) Desperté. No recuerdo la última parte del sueño. Nada cambió. Estaba dormido.
Un día normal; desayuno, trabajo, algo de deporte y poco más. Sigo siendo el mismo infeliz que soñó con jardines de chocolate. Incapaz de olvidar la pregunta empecé a buscar el significado de lo que vi. Qué puede uno entender con el chocolate. El chocolate es dulce, genera reacciones alérgicas en algunas personas, se come mejor en invierno que en verano. Poco más. Sentado en un sillón en el fondo de casa miré detenidamente el rosal de mi abuela. Nada extraño; flores casi marchitas, hojas tan verdes que parecen pintadas, algún insecto impertinente volando alrededor. No comprendo. Llamé a un amigo, psicólogo freudiano, un poco loco, pero de esos que dicen entender lo que sueña la gente. Le pregunté qué simbolizaba el chocolate, le conté y no me supo contestar. Chocolate de nuevo, estoy aquí. La olla se desborda de chocolate blanco. Las huellas del repostero se ven marcadas en blanco sobre el suelo de chocolate en rama negro. Rápido avanzo hacia el libro. Esta vez tiene un dibujo, una rosa de chocolate con los pétalos blancos y el tallo negro.
No había más palabras para descifrar. No había más nada. Pero la rosa tenía una espina. El chocolate puede no ser dulce, puede ser amargo. Todo tiene dos formas de mirarlo, tan sólo hay que saber hacerlo.

martes, 8 de abril de 2008

Dinero y más dinero

JOSÉ MAJÓ se transmuta en Anonetoy para escribir un lujo de detalles bien llevados: Dinero y más dinero. La excusa era una imitación del estilo de Juan José Millás. Creo que la excusa quedó muy atrás, y que muchos (¡ay!) pasarán el día como buscadores de dinero, a sabiendas de que no irán más allá de "cambiar letras por números, sueños por fórmulas, harina por marfil".

DINERO Y MÁS DINERO
Para los niños es sencillo volverse millonarios. Lo confirmó Mateo, protegido por su séquito de hermanos mayores. Los pimpollos se resguardaron detrás de una reja y montaron un negocio de galletas a peso que, en caso de no aceptarlas, se ofrecían gratuitamente. No había modo de no comprarlas. Estaba parado ante los discípulos de Kotler. Y aunque dudé de la procedencia de aquellas galletas, lo lograron. No exigí la certificación ISO 9001. Mateo trajo una bandeja recién horneada por su madre: las provisiones suficientes para conseguir una pila de dinero, guardarlo debajo de la cama, y aplastar a cualquier intruso de la noche con su poderío económico. Como tantos otros. Elegí la galleta con forma de elefante. Curiosamente no tenía colmillos. El pobre elefante de harina, que mueve las orejas llamando a su mamita, perdió sus colmillos a manos de los cazadores del capitalismo.
Al día siguiente decidí armar mi propio negocio. La medida era irrevocable. Si ellos podían, yo también. Sólo quedaba una pequeña cuestión por decidir: ¿Qué hacer? Enfundé mi rostro de ineptitud y lo cambié por una impresión reflexiva e indiferente, como todo empresario exitoso. Consideremos aquellas ideas por las originalmente nadie daba un céntimo y terminaron por convertirse en un bombazo. Entre ellas, el millón de píxeles vendidos a dólar. O los Doogles, las gafas de bucear para perros. O Positivesdating.com, el sitio web que concibe citas entre personas con Sida. Podría seguir. Pero no. Debo pensar oportunidades de negocio, nichos de mercado, como dirían los investigadores de mercado.
En la oftalmología está el futuro. Bien sabemos que todos los niños usarán lentes. Esa es una verdad a tener en cuenta. Aunque con el boom del calentamiento las bicicletas se pondrán de moda. Podría, quién sabe, dedicarme a ensamblar bicicletas ecológicas a partir de envases descartables. Podría, quién sabe, vivir de la planificación de bodas. Total, actualmente el promedio de casamientos per cápita es altísimo. Se me viene a la cabeza la idea de convertirme en traductor de chino, aunque con la idea viene el problema: se me escaparía la vida aprendiendo chino, y la riqueza, sólo vendría con los años. Necesito algo inmediato. A partir de mañana comenzaré algo grande, con la convicción de convertirme en un magnate. Y todo irá bien. Pasaré el día en búsqueda, con la impresión de que no haré más que cambiar letras por números, sueños por fórmulas, harina por marfil.

jueves, 3 de abril de 2008

Amor

MARIANA GUGELMEIER mira, escucha... y sabe que los membrillos deben despellejarse desde el culo y en forma circular. MARIANA enamora con su prosa, y nada mejor que este título, "Amor", para empezar.
(La inspiración la brindó Manuel Rivas y su saga de columnas con ese título).

AMOR
En la casa de los Rodríguez se cocinaba para un pelotón. Aquel día la mesa tenía cinco picos y dos valles: la mamá y la pequeña de cinco. El resto, más que picos, eran trompas y lomadas. El plato del día, lasaña. Papá oso aprobó el menú de un tenedorazo. Los chicos acercaron el plato a cinco centímetros de la fuente y lo retiraron tres segundos antes de recibir el cuarto cucharón. Con el buche lleno, comenzó el ritual de las anécdotas. Muchas risas y algún puchero disimulado de Mercedes. Luego, el postre.
La Pascua anterior hubo asado con papas a la parrilla y el festín duró hasta las tres de la tarde, así que el sacrificio consistió en un par de horas menos de siesta. Para los grandes, porque a los jóvenes les tocó lavar la vajilla y luego ayudar a la abuela Olinda a juntar tierra para sus plantas. En eso cayó su cuñado, el viejo Carlos. Muy idóneo y excelente cuentista, se hincó en el césped y dio indicaciones sobre cómo era la mejor forma de remover la tierra. La abuela mostró los dientes. Hablaron de política y terminaron poniéndose de acuerdo en que el Partido Nacional debía traer gente joven a la candidatura. “No se habla de política en Pascua”, advirtió el mayor de los hermanos. “Cuando tenía tu edad no me permitían hacer nada, y ahora de viejo, que ni siquiera puedo comer chocolate, la gente me prohíbe hablar. ¡Al carajo!” La boca escupía palomitas y después, el grano de maíz entero. Los sobrinos nietos lo dejaron hablando solo.
Este año el protocolo se repitió. A la hora de la siesta, tío Carlos llegó con su esposa y un atado de membrillos- manzana, verdes y muy ácidos. “Hay que comerlos con una copa de vino tinto, mejor si es merlot”, e indicó con el dedo torcido la copa que estaba sobre la mesa. La pequeña corrió y se la llevó. El viejo miró aquel rostro tierno e inexperto, y decidió pelar una fruta especialmente para ella. “Los membrillos deben despellejarse desde el culo y en forma circular, ¿ves?” Los hermanos rieron en voz baja. “Porque si lo haces de otra forma tardas más y la fruta se oxida”, agregó. Entonces comenzó con un recuento de historias de cuando él era joven. Su esposa lo miraba de reojo de cuando en cuando. El viejo exageraba cada vez más. Pero era agradable ver a la niña sentada en las rodillas de un anciano que daría la vida por tener a sus hijos con él, y algunos nietos que le fastidiaran la siesta. Por el momento, él se encargaba de fastidiársela a su único sobrino y a los hijos de éste. Entre risas y miradas cómplices, la niña y el anciano tomaron un cuchillo y pelaron los membrillos para los muchachos. A pesar de todo, eran chicos buenos y era domingo de Pascua. Se sirvieron vino y brindaron.

Columneo

De columnear, verbo inexistente al que dotaremos de realidad con los ejemplos seleccionados entre los alumnos de CE5 de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Montevideo.