martes, 27 de mayo de 2008

Cuestiones carnales

ANDREA PARAFINIUK las mata callando. Y desde el pequeño país de la carne (Uruguay) mira hacia el gran país de la carne (Argentina). La carne es de vaca o es de persona, se expone indistintamente en televisión, se va a Europa... Terrible.

CUESTIONES CARNALES
De carne somos, y carne vendemos. La materia prima es la base para que exista todo. Nuestra carne nos permite estar vivos, y la ajena sobrevivir. Sin la pulpa roja quién sabe qué tipo de robotitos andarían caminado por ahí. La sangre caliente rioplatense, que chorrea de cada porción, genera sociedades apasionadas. En Uruguay y Argentina, esa pasión aparece cuando La Cicciolina se fractura una costilla en Bailando por un sueño y cuando Uruguay exporta, en el primer trimestre de 2008, más carne que el año anterior.
La actriz porno italiana (en realidad húngara, pero no vamos a tirar un carrera por la borda sacándole la nacionalidad) lustró la pista de Bailando por un sueño. Al ritmo de música disco, deleitó a los miles de espectadores que se prendieron a la pantalla una de las primeras noches en las que Tinelli volvió al ruedo. Lo del deleite queda a criterio personal, ya que La Ciccio (para los amigos), ya no se sabe si es carne sexy o carne para el matadero. Lo que sí se sabe es que los años (56) no vienen solos. Una semanita y ya hay fractura de costilla. Parece que la voluptuosa no resistió los ensayos para la próxima semana salsera.
Mientras los argentinos (sin hacernos los desentendidos) se preocupaban por la salud de La Cicciolina y luego se alegraban por la inexistencia de gravedad del asunto, de este lado todos saltaban porque las exportaciones aumentaron comparadas con el primer trimestre del 2007. Y entre ellas, la exportación de la reina. Sí, la carne. Parece que el mundo tiene más hambre de vacas uruguayas. Y a cambio nos da 334 millones de dólares en los tres primeros meses de este año. Entonces comienza el regocijo de los productores, exportadores y políticos. Todos pueden jactarse de que “vamos para adelante”, y agradecen a la carne la cuarta parte de los morlacos obtenidos.
Nuestra carne se va principalmente para Europa. Sin meternos en la reflexión de que también se nos va carne humana, sólo destaco que es carne animal. Habría que discutir con los porteños del vecino país si quieren comprarnos un poco de este alimento proteico. Seguro nos dicen que no, porque ellos también producen. Pero con probar no se pierde nada. Y ahora que su carne anda con fracturas podemos alegar que la nuestra es de mejor calidad. Aunque, para no achicarse, van a decir que la fracturada en su país es carne extranjera. Mejor no digo si vacuna o humana.

lunes, 12 de mayo de 2008

Sonido

IGNACIO (NACHO) BERMÚDEZ tiene preocupaciones sonoras/sonadas en su columna "¡Por qué no te callas!".
Y su columna me dejó como el final de Hamlet: “The rest is silence”.
(¿Será Bermúdez un nuevo príncipe de Dinamarca?).

SONIDO
Ayer soñé que mis oídos escuchaban más de lo normal. Mi sentido auditivo se había amplificado tanto que nada se me escapaba. Cuando salía de mi casa podía captar, cuando quisiera, todo tipo de conversación, sonido y hasta algún silencio. Sólo tenía que apuntar mis orejas y oír. Un susurro era una charla normal para mí. Una charla normal, un grito. Un grito, una saturación. Una saturación me era imperceptible.
Vivía en el campo, dónde se podrían encontrar los mejores sonidos si no era en la naturaleza pura de nuestro país. Me la pasaba escuchando el viento, el mugido de las vacas, el cantar de los pájaros, el caudal ríos. Decidía viajar. El grito de los teros terminaba con mi paciencia.
Me retiraba hacia el mar. Por fin podría escuchar con claridad el ruido de las olas sin poner el oído en un sucio caracol. No sólo me era imposible escuchar el mar, sino que el choque del agua contra la arena trituraba mi cerebro hasta no sentir nada.
Luego viajaba a la ciudad a visitar a mi familia. Al parecer, hacía tiempo que no los veía. El ruido del tráfico no me afectaba mientras me mantenía en el auto. Mi madre me susurraba (estaba, como todos, al tanto de mi cualidad). En mi familia se compadecían de mí, y se reían a mi espalda. Hablaban por lo bajo, pero claro, igual los escuchaba. Y ellos sabían que los escuchaba. Entendí por qué hacía tiempo que no iba allí.
Visitaba al médico. Previamente me había comprado unas orejeras para caminar por la calle. Mi doctor me decía (susurraba) que ya habíamos discutido esto hace años. Que no había una cura para mi “capacidad diferente”. Me daba, según él, las pastillas que siempre le pedía y me saludaba con la mano, sin decir nada más.
Salía a la calle y un pitido insoportable no me dejaba escuchar nada. Tenía puestas las orejeras, pero el sonido seguía perforando mis oídos. Desperté con el sonido del despertador. Lo apagué. Comprobé que un silencio infernal me rodeaba. Me levanté para asegurarme que no volvería a esa pesadilla. Fui a trabajar, como siempre. Pero no pude evitar estar todo el día intentando captar alguna conversación, sonido y hasta algún silencio.