jueves, 3 de abril de 2008

Amor

MARIANA GUGELMEIER mira, escucha... y sabe que los membrillos deben despellejarse desde el culo y en forma circular. MARIANA enamora con su prosa, y nada mejor que este título, "Amor", para empezar.
(La inspiración la brindó Manuel Rivas y su saga de columnas con ese título).

AMOR
En la casa de los Rodríguez se cocinaba para un pelotón. Aquel día la mesa tenía cinco picos y dos valles: la mamá y la pequeña de cinco. El resto, más que picos, eran trompas y lomadas. El plato del día, lasaña. Papá oso aprobó el menú de un tenedorazo. Los chicos acercaron el plato a cinco centímetros de la fuente y lo retiraron tres segundos antes de recibir el cuarto cucharón. Con el buche lleno, comenzó el ritual de las anécdotas. Muchas risas y algún puchero disimulado de Mercedes. Luego, el postre.
La Pascua anterior hubo asado con papas a la parrilla y el festín duró hasta las tres de la tarde, así que el sacrificio consistió en un par de horas menos de siesta. Para los grandes, porque a los jóvenes les tocó lavar la vajilla y luego ayudar a la abuela Olinda a juntar tierra para sus plantas. En eso cayó su cuñado, el viejo Carlos. Muy idóneo y excelente cuentista, se hincó en el césped y dio indicaciones sobre cómo era la mejor forma de remover la tierra. La abuela mostró los dientes. Hablaron de política y terminaron poniéndose de acuerdo en que el Partido Nacional debía traer gente joven a la candidatura. “No se habla de política en Pascua”, advirtió el mayor de los hermanos. “Cuando tenía tu edad no me permitían hacer nada, y ahora de viejo, que ni siquiera puedo comer chocolate, la gente me prohíbe hablar. ¡Al carajo!” La boca escupía palomitas y después, el grano de maíz entero. Los sobrinos nietos lo dejaron hablando solo.
Este año el protocolo se repitió. A la hora de la siesta, tío Carlos llegó con su esposa y un atado de membrillos- manzana, verdes y muy ácidos. “Hay que comerlos con una copa de vino tinto, mejor si es merlot”, e indicó con el dedo torcido la copa que estaba sobre la mesa. La pequeña corrió y se la llevó. El viejo miró aquel rostro tierno e inexperto, y decidió pelar una fruta especialmente para ella. “Los membrillos deben despellejarse desde el culo y en forma circular, ¿ves?” Los hermanos rieron en voz baja. “Porque si lo haces de otra forma tardas más y la fruta se oxida”, agregó. Entonces comenzó con un recuento de historias de cuando él era joven. Su esposa lo miraba de reojo de cuando en cuando. El viejo exageraba cada vez más. Pero era agradable ver a la niña sentada en las rodillas de un anciano que daría la vida por tener a sus hijos con él, y algunos nietos que le fastidiaran la siesta. Por el momento, él se encargaba de fastidiársela a su único sobrino y a los hijos de éste. Entre risas y miradas cómplices, la niña y el anciano tomaron un cuchillo y pelaron los membrillos para los muchachos. A pesar de todo, eran chicos buenos y era domingo de Pascua. Se sirvieron vino y brindaron.

3 comentarios:

Anonetoy dijo...

Acabo de comer con los ojos. Gran cierre.

Hugo Hernández Martínez dijo...

Lograste contar algo tan concreto y sencillo como un almuerzo en familia de una manera tan ajustada a lo cotidiano que da para pensar muchísimo. Lo mejor es que al leerlo nos sentimos parte de esa mesa. Te felicito.

Emma dijo...

Pintó el almuerzo familiar típico. Gran escritora Mariana. (Y Elena piensa mi idem)