JOSÉ MAJÓ es un bis. Reina por repetición como JOSÉ II de Columneo. Y, que conste, reaparece en este blog por méritos propios no por herencia de sangre.
JOSÉ II escribe con desembarazo. Sí, "desembarazo", no sé por qué, pero me vino esa palabra... Sé que el él también tiene estas iluminaciones o estos apagones, según se mire).
FE DE ERRATAS
Me pregunto qué pasa realmente cuando se cierra la puerta de la heladera. ¿Se apaga la bombita de luz o, por el contrario, sigue prendida mientras nadie la puede ver? Algo similar sucede cuando aparto un libro para retomarlo más adelante. Hay quienes dicen que los libros sin lectores son tan sólo manchas de tinta y papel. Pero, quién sabe. Quizá, cuando el libro se desprende de las manos y nadie lo ve, esas manchas cobran vida. Y debajo de la tapa dura, debajo de la superficie, sucede el milagro.
Inevitablemente me encuentro ante un callejón sin salida y tengo la impresión de que este tema le importa un comino al lector. Más allá de eso, el punto clave radica en la siguiente pregunta: ¿qué haría yo si fuera una letra? Por lo pronto no me sorprendería en lo más mínimo que las palabras del comienzo trotaran a toda velocidad hasta el final, ansiosas por saber lo que ocurre en esas tierras distantes. Una vez allá, volverían con otra perspectiva de los hechos. Incluso puede que hagan de las suyas al modificar el destino de los personajes y vaya uno a saber qué otras cosas. En esta selva todo vale. De acuerdo con lo planteado una lágrima fácilmente podría convertirse en gota de lluvia. Por decirlo así, las letras se columpian de un lado a otro. Van y vienen. Juegan con la sintaxis y, como bromeando, alteran el curso de la narración.
Entonces, alguien toma el libro y lo abre por sorpresa. En cuestión de segundos las letras desprevenidas se ordenan. Casi por obra de magia, diría yo. La mayoría de las veces ocurre con naturalidad; aunque, como todos, ciertas letras tienen sus días de torpeza y quedan a mitad de camino. Hay quienes
se conforman y atribuyen todo a un error de edición. ¡Ingenuos! Hombres de poca fe. Aquellos que, además de ver, están mirando comprenderán. Porque debajo de la tapa dura, debajo de la superficie, sucede el milagro.
lunes, 30 de junio de 2008
La culpa de la antiortografía de los shampoos
MARTÍN CAJAL rastrea y persigue las palabras, y las ideas. Y cuando agarra bocado, no suelta, aprieta la mandíbula. Para estos ejercicios a un buen escritor le sobra con un prospecto, con el etiquetado más vulgar, con las contraindicaciones de una medicina...
LA CULPA DE LA ANTIORTOGRAFÍA DE LOS SHAMPOOS
Hay varias formas de distraerse en el baño. Cuando se sabe que la exigencia durará más de quince minutos y no se tiene “una revista water”, recomiendo estirarse un poco y agarrar un shampoo. Estos magníficos potes tienen una detallada ficha técnica, modo de uso, precauciones y el listado cuantioso de ingredientes. Les aseguro que éstos lo inquietarán durante un largo rato. Mi abuela dejó el cadáver azul de un Sedal Hidraloe Shampoo 12 Oz, el cual disparó un sinfín de insólitas y prescindibles reflexiones necesarias para paliar el momento. Nunca entendí por qué nombran las sustancias del tal modo, qué les cuesta colocar un “Pérez”, o bien un anagrama de Pérez... Ah, no se puede. Pero aunque sea, la siempre eficaz, de apariencia técnica/seria y fácil mezcla de números y letras. No, pero para qué. Sí es cierto que hay que nominar las cosas, pero esa desprolija y antiortográfica unión de letras no aportan nada a quien se lava la cabeza, sólo a quien no tiene un pasquín a mano. Y los científicos que usan shampoo y pueden simular entender esa disposición caprichosa y compleja de letras son casi todos pelados. En las comidas también sucede lo mismo: primero se detallan los ingredientes conocidos por todos y después comienza la enumeración de palabras extraterrestres y decepcionantes.
En una tarde verano, le pregunté a un amigo, siempre entusiasta ante las cuestiones insólitas y enrevesadas: ¿cuál fue la primera vez que fuiste consciente de que tenías consciencia? Me miró con ojos de “internación urgente y tierna”. La primera vez que yo fui consciente de que tenía algo llamado consciencia fue hace 15 años. Tenía un hambre bestial, no estaban mis padres, no me avivé en dirigirme a la heladera y estaba en el baño. Recuerdo que agarré un pote de avena vacío y leí palabras nunca antes leídas o escuchadas. No puedo explicar lo que me atrajeron: imaginaba pasteles de colores extraños y sabores únicos. Y ahí fue la primera vez: decidí tomar por primera vez el teléfono (y ahí me dije: “Opa, yo también puedo agarrar un teléfono y llamar”) y marqué el número que decía en el tarro. Una señora me atendió y le pedí “Muesli Goji Sin Gluten Lima 300g”. La mujer me gritó un “eee”. Le repetí el pedido pero nada.
Cuando ya tenía quince años, en una tarde también de verano, me sorprendió mi querida abuela aullando, envuelta en una toalla verde, con el pelo artificial blanco y la cara espumante. Sus ojos se hallaban empañados de shampoo. Cuando el médico asistió, yo estuve revoloteando los frascos en el baño en busca del culpable. Regresé triunfal y el muy desenfadado dejó una receta ilegible que mi pobre abuela no podía leer y yo, con la vista despejada, tampoco. Mi abuela pensó que eran de esos acondicionadores que no lastiman los ojos y libre y despreocupada se lavó el pelo dejando caer la cascada. Todo por no leer los ingredientes, igual o peor de inciertos: water, Cetyl Alcohol, Cetyl Palmitate, Cetrimonuim Chloride, Dimethicone/ Tea Dodecylbenzenesulphonate, Gliceryl Stearate, Minaral Oil, France, Methylparaben Arginine, Aloe Vera Extract, Fomaldebyde, Citrict Acid.
lunes, 16 de junio de 2008
Cómo saludar en los velorios
IGNACIO GONZÁLEZ tiene un gusto atávico por las enumeraciones. Es un hombre con buena intención: trata de aclararnos las cosas. Además, derrocha sentido del humor.
A ver si alguien aprende...
CÓMO SALUDAR EN LOS VELORIOS
Uno de los grandes conflictos de la humanidad –que ni la tecnología del Iphone ha logrado resolver- es que no está claro cómo saludar en los velorios. La situación es dramática y, según informan los estadistas, no va a resolverse en el corto plazo. Ni saludante ni saludado saben bien qué hacer en los velorios, ya que ambos se enfrentan a una situación incómoda, pegajosa, en la que la mayoría de las veces la carga emotiva es desproporcionada. Están quienes saludan de manera fría, con la practicidad con la que se saluda a un compañero de trabajo. Están quienes saludan como si fuera el fin del mundo, demostrando congoja y hundimiento, justo cuando el saludado logró sobrepasar el dolor que supone la muerte de un familiar. O están quienes no saludan, y se mantienen a un costado; seamos sinceros: ellos no son necesariamente los de peor calaña.
Me considero una persona con experiencia en velorios y todavía no doy con la tecla: ¿cómo saludar en los velorios? Si sirve de consuelo, mi abuelo, que era dueño de una funeraria, nunca pudo resolver este enigma.
Uno podría pensar que dentro de estos diez patéticos saludos -¿saludos?- estaría el comentario más apropiado:
1) "Lo siento";
2) "Mi pésame"
3) "Mi más sentido pésame";
4) "Vamo arriba";
5) "Estas cosas pasan";
6) "Me avisaron recién, ¿qué pasó?" ;
7) luego de un abrazo en silencio: "Ahora a pensar para delante, ¿eh?" ;
8) luego de un abrazo en silencio: "No estás solo, no te olvides que no estás solo";
9) luego de un abrazo en silencio, mira al saludado, vuelve a abrazarlo, y dice con una mueca: "Mejor que terminaran así las cosas";
10) "Qué injusticia".
Pero lo cierto es que ninguno calma la tensión de saludantes ni de saludados.
Entonces, caros lectores, no se aflijan si no encuentran vocablo adecuado en los velorios, y limítense a servir de compañía. Citando nuevamente a mi abuelo -que disfrutaba con el anuncio de la muerte a los familiares del difunto, el mismo día del velorio: “Señores, a las órdenes por cualquier otra cosa que precisen…”-, en la muerte y en los velorios hay un arte por descubrir.
A ver si alguien aprende...
CÓMO SALUDAR EN LOS VELORIOS
Uno de los grandes conflictos de la humanidad –que ni la tecnología del Iphone ha logrado resolver- es que no está claro cómo saludar en los velorios. La situación es dramática y, según informan los estadistas, no va a resolverse en el corto plazo. Ni saludante ni saludado saben bien qué hacer en los velorios, ya que ambos se enfrentan a una situación incómoda, pegajosa, en la que la mayoría de las veces la carga emotiva es desproporcionada. Están quienes saludan de manera fría, con la practicidad con la que se saluda a un compañero de trabajo. Están quienes saludan como si fuera el fin del mundo, demostrando congoja y hundimiento, justo cuando el saludado logró sobrepasar el dolor que supone la muerte de un familiar. O están quienes no saludan, y se mantienen a un costado; seamos sinceros: ellos no son necesariamente los de peor calaña.
Me considero una persona con experiencia en velorios y todavía no doy con la tecla: ¿cómo saludar en los velorios? Si sirve de consuelo, mi abuelo, que era dueño de una funeraria, nunca pudo resolver este enigma.
Uno podría pensar que dentro de estos diez patéticos saludos -¿saludos?- estaría el comentario más apropiado:
1) "Lo siento";
2) "Mi pésame"
3) "Mi más sentido pésame";
4) "Vamo arriba";
5) "Estas cosas pasan";
6) "Me avisaron recién, ¿qué pasó?" ;
7) luego de un abrazo en silencio: "Ahora a pensar para delante, ¿eh?" ;
8) luego de un abrazo en silencio: "No estás solo, no te olvides que no estás solo";
9) luego de un abrazo en silencio, mira al saludado, vuelve a abrazarlo, y dice con una mueca: "Mejor que terminaran así las cosas";
10) "Qué injusticia".
Pero lo cierto es que ninguno calma la tensión de saludantes ni de saludados.
Entonces, caros lectores, no se aflijan si no encuentran vocablo adecuado en los velorios, y limítense a servir de compañía. Citando nuevamente a mi abuelo -que disfrutaba con el anuncio de la muerte a los familiares del difunto, el mismo día del velorio: “Señores, a las órdenes por cualquier otra cosa que precisen…”-, en la muerte y en los velorios hay un arte por descubrir.
martes, 3 de junio de 2008
Polvo nuestro que estás en el cine
MARIANA MUÑOZ estaba obligada a un juego de estilo y tenía que "elevar" el lenguaje (la culpa es de este Eresfea). Al margen de esa circunstancia, varias frases de esta columna feroz duelen como cadenazos. Queda la constancia de que algunos apellidos tienen licencia para perpetrar cualquier bodrio cinematográfico. Y (¡ay!) el regusto lector de que la crítica y la industria uruguaya cinematográfica son compañeras de viaje, ¿por qué, si no, no se leen críticas como las de MARIANA?
POLVO NUESTRO QUE ESTÁS EN EL CINE
La vimos en la televisión, la escuchamos en la radio, la leímos en todo tipo de publicaciones; y es que el bombo nacionalista-publicitario que se le ha dado a Beatriz Flores Silva es a la vez increíble e imparable. Millones de entrevistas en las que dice siempre lo mismo sobre su vida y su nueva película Polvo nuestro que estás en los cielos (título por cierto largo y tópico) vienen circulando desde hace ya mucho en los medios cual vagones de la locomotora comercial que arrolla a quienes se interponen en su camino. Primero la noticia fue la escritura del guión, luego cuando se consiguió la financiación para la película, luego el comienzo y posterior fin del rodaje, el 2 de mayo el estreno en cines de la película, luego la publicación del guión, y más adelante será la salida a la venta en dvd, su estreno en el cable, en la televisión abierta y a esta altura quién sabe qué más. Eso sí, hasta ahora no me he topado con ninguna crítica propiamente dicha. Debe ser por eso, y porque mi proyecto de fin de carrera es la escritura del guión de un largometraje vinculado a la historia reciente, que fui al cine a verla.
Considero sin temor a equivocarme que quienes escribieron las reseñas se basaron en las entrevistas a Flores Silva, sin haberse dignado siquiera a soportar las dos horas eternas que dura el filme. La trama supuestamente trataba del periodo previo a la dictadura cívico-militar uruguaya de 1973, visto a través de los ojos de una niña que, tras la muerte de su madre, se ve forzada a irse a vivir con su padre. Si bien a causa de la decepción que sufrí viendo En la puta vida he dejado de sentir entusiasmo por cualquier proyecto de Beatriz Flores Silva, me pareció interesante el asunto de la óptica infantil sobre un periodo tan cruento. Además el trailer estaba muy bien hecho.
Si en este momento tuviese que describir la trama diría, como primera cosa, que no sé por dónde empezar. ¿Tal vez por mencionar que no abarca tan solo el periodo previo sino también el comienzo de la dictadura para acabar en la figura del exilio? ¿Tal vez por contar que la madre de Masángeles (la niña protagonista) se suicida por amor, porque no acepta ser la amante del padre de su hija? ¿Por decir que la niña se va a vivir con una familia que desconoce su existencia y ella la de ellos? ¿Que la madrastra la maltrata a la vez que enloquece y que la abuela la rechaza para luego volverse su confidente? ¿Que su padre senador del Partido Colorado fuma sin parar y está obsesionado con batirse a duelo con el primero que se le cruza? ¿Que el mayordomo termina siendo primero homosexual y luego un militar despiadado? ¿Que su medio hermano Santiago (de niño budista y de joven militante tupamaro) tiene sexo incestuoso con Masángeles porque ella se le desnuda para levantarle el ánimo tras una discusión ideológica con su padre? ¿Que fruto de ese encuentro nace un niño que se gesta y es parido en soledad (cordón umbilical cortado con un vidrio de por medio) dentro de un edificio en llamas y que luego de una explosión salen volando los dos madre e hijo y sobreviven ambos? ¿Tal vez podría comenzar por considerarla una trama digna de una telenovela venezolana? Sí, seguramente me quedaría con esto último, para que al menos el potencial espectador pueda saber de antemano con lo que se enfrentará si decide invertir tiempo y dinero en ver esta película. Apena y sorprende el desperdicio de recursos: la producción excelente, el guión malísimo.
POLVO NUESTRO QUE ESTÁS EN EL CINE
La vimos en la televisión, la escuchamos en la radio, la leímos en todo tipo de publicaciones; y es que el bombo nacionalista-publicitario que se le ha dado a Beatriz Flores Silva es a la vez increíble e imparable. Millones de entrevistas en las que dice siempre lo mismo sobre su vida y su nueva película Polvo nuestro que estás en los cielos (título por cierto largo y tópico) vienen circulando desde hace ya mucho en los medios cual vagones de la locomotora comercial que arrolla a quienes se interponen en su camino. Primero la noticia fue la escritura del guión, luego cuando se consiguió la financiación para la película, luego el comienzo y posterior fin del rodaje, el 2 de mayo el estreno en cines de la película, luego la publicación del guión, y más adelante será la salida a la venta en dvd, su estreno en el cable, en la televisión abierta y a esta altura quién sabe qué más. Eso sí, hasta ahora no me he topado con ninguna crítica propiamente dicha. Debe ser por eso, y porque mi proyecto de fin de carrera es la escritura del guión de un largometraje vinculado a la historia reciente, que fui al cine a verla.
Considero sin temor a equivocarme que quienes escribieron las reseñas se basaron en las entrevistas a Flores Silva, sin haberse dignado siquiera a soportar las dos horas eternas que dura el filme. La trama supuestamente trataba del periodo previo a la dictadura cívico-militar uruguaya de 1973, visto a través de los ojos de una niña que, tras la muerte de su madre, se ve forzada a irse a vivir con su padre. Si bien a causa de la decepción que sufrí viendo En la puta vida he dejado de sentir entusiasmo por cualquier proyecto de Beatriz Flores Silva, me pareció interesante el asunto de la óptica infantil sobre un periodo tan cruento. Además el trailer estaba muy bien hecho.
Si en este momento tuviese que describir la trama diría, como primera cosa, que no sé por dónde empezar. ¿Tal vez por mencionar que no abarca tan solo el periodo previo sino también el comienzo de la dictadura para acabar en la figura del exilio? ¿Tal vez por contar que la madre de Masángeles (la niña protagonista) se suicida por amor, porque no acepta ser la amante del padre de su hija? ¿Por decir que la niña se va a vivir con una familia que desconoce su existencia y ella la de ellos? ¿Que la madrastra la maltrata a la vez que enloquece y que la abuela la rechaza para luego volverse su confidente? ¿Que su padre senador del Partido Colorado fuma sin parar y está obsesionado con batirse a duelo con el primero que se le cruza? ¿Que el mayordomo termina siendo primero homosexual y luego un militar despiadado? ¿Que su medio hermano Santiago (de niño budista y de joven militante tupamaro) tiene sexo incestuoso con Masángeles porque ella se le desnuda para levantarle el ánimo tras una discusión ideológica con su padre? ¿Que fruto de ese encuentro nace un niño que se gesta y es parido en soledad (cordón umbilical cortado con un vidrio de por medio) dentro de un edificio en llamas y que luego de una explosión salen volando los dos madre e hijo y sobreviven ambos? ¿Tal vez podría comenzar por considerarla una trama digna de una telenovela venezolana? Sí, seguramente me quedaría con esto último, para que al menos el potencial espectador pueda saber de antemano con lo que se enfrentará si decide invertir tiempo y dinero en ver esta película. Apena y sorprende el desperdicio de recursos: la producción excelente, el guión malísimo.
martes, 27 de mayo de 2008
Cuestiones carnales
ANDREA PARAFINIUK las mata callando. Y desde el pequeño país de la carne (Uruguay) mira hacia el gran país de la carne (Argentina). La carne es de vaca o es de persona, se expone indistintamente en televisión, se va a Europa... Terrible.
CUESTIONES CARNALES
De carne somos, y carne vendemos. La materia prima es la base para que exista todo. Nuestra carne nos permite estar vivos, y la ajena sobrevivir. Sin la pulpa roja quién sabe qué tipo de robotitos andarían caminado por ahí. La sangre caliente rioplatense, que chorrea de cada porción, genera sociedades apasionadas. En Uruguay y Argentina, esa pasión aparece cuando La Cicciolina se fractura una costilla en Bailando por un sueño y cuando Uruguay exporta, en el primer trimestre de 2008, más carne que el año anterior.
La actriz porno italiana (en realidad húngara, pero no vamos a tirar un carrera por la borda sacándole la nacionalidad) lustró la pista de Bailando por un sueño. Al ritmo de música disco, deleitó a los miles de espectadores que se prendieron a la pantalla una de las primeras noches en las que Tinelli volvió al ruedo. Lo del deleite queda a criterio personal, ya que La Ciccio (para los amigos), ya no se sabe si es carne sexy o carne para el matadero. Lo que sí se sabe es que los años (56) no vienen solos. Una semanita y ya hay fractura de costilla. Parece que la voluptuosa no resistió los ensayos para la próxima semana salsera.
Mientras los argentinos (sin hacernos los desentendidos) se preocupaban por la salud de La Cicciolina y luego se alegraban por la inexistencia de gravedad del asunto, de este lado todos saltaban porque las exportaciones aumentaron comparadas con el primer trimestre del 2007. Y entre ellas, la exportación de la reina. Sí, la carne. Parece que el mundo tiene más hambre de vacas uruguayas. Y a cambio nos da 334 millones de dólares en los tres primeros meses de este año. Entonces comienza el regocijo de los productores, exportadores y políticos. Todos pueden jactarse de que “vamos para adelante”, y agradecen a la carne la cuarta parte de los morlacos obtenidos.
Nuestra carne se va principalmente para Europa. Sin meternos en la reflexión de que también se nos va carne humana, sólo destaco que es carne animal. Habría que discutir con los porteños del vecino país si quieren comprarnos un poco de este alimento proteico. Seguro nos dicen que no, porque ellos también producen. Pero con probar no se pierde nada. Y ahora que su carne anda con fracturas podemos alegar que la nuestra es de mejor calidad. Aunque, para no achicarse, van a decir que la fracturada en su país es carne extranjera. Mejor no digo si vacuna o humana.
CUESTIONES CARNALES
De carne somos, y carne vendemos. La materia prima es la base para que exista todo. Nuestra carne nos permite estar vivos, y la ajena sobrevivir. Sin la pulpa roja quién sabe qué tipo de robotitos andarían caminado por ahí. La sangre caliente rioplatense, que chorrea de cada porción, genera sociedades apasionadas. En Uruguay y Argentina, esa pasión aparece cuando La Cicciolina se fractura una costilla en Bailando por un sueño y cuando Uruguay exporta, en el primer trimestre de 2008, más carne que el año anterior.
La actriz porno italiana (en realidad húngara, pero no vamos a tirar un carrera por la borda sacándole la nacionalidad) lustró la pista de Bailando por un sueño. Al ritmo de música disco, deleitó a los miles de espectadores que se prendieron a la pantalla una de las primeras noches en las que Tinelli volvió al ruedo. Lo del deleite queda a criterio personal, ya que La Ciccio (para los amigos), ya no se sabe si es carne sexy o carne para el matadero. Lo que sí se sabe es que los años (56) no vienen solos. Una semanita y ya hay fractura de costilla. Parece que la voluptuosa no resistió los ensayos para la próxima semana salsera.
Mientras los argentinos (sin hacernos los desentendidos) se preocupaban por la salud de La Cicciolina y luego se alegraban por la inexistencia de gravedad del asunto, de este lado todos saltaban porque las exportaciones aumentaron comparadas con el primer trimestre del 2007. Y entre ellas, la exportación de la reina. Sí, la carne. Parece que el mundo tiene más hambre de vacas uruguayas. Y a cambio nos da 334 millones de dólares en los tres primeros meses de este año. Entonces comienza el regocijo de los productores, exportadores y políticos. Todos pueden jactarse de que “vamos para adelante”, y agradecen a la carne la cuarta parte de los morlacos obtenidos.
Nuestra carne se va principalmente para Europa. Sin meternos en la reflexión de que también se nos va carne humana, sólo destaco que es carne animal. Habría que discutir con los porteños del vecino país si quieren comprarnos un poco de este alimento proteico. Seguro nos dicen que no, porque ellos también producen. Pero con probar no se pierde nada. Y ahora que su carne anda con fracturas podemos alegar que la nuestra es de mejor calidad. Aunque, para no achicarse, van a decir que la fracturada en su país es carne extranjera. Mejor no digo si vacuna o humana.
lunes, 12 de mayo de 2008
Sonido
IGNACIO (NACHO) BERMÚDEZ tiene preocupaciones sonoras/sonadas en su columna "¡Por qué no te callas!".
Y su columna me dejó como el final de Hamlet: “The rest is silence”.
(¿Será Bermúdez un nuevo príncipe de Dinamarca?).
SONIDO
Ayer soñé que mis oídos escuchaban más de lo normal. Mi sentido auditivo se había amplificado tanto que nada se me escapaba. Cuando salía de mi casa podía captar, cuando quisiera, todo tipo de conversación, sonido y hasta algún silencio. Sólo tenía que apuntar mis orejas y oír. Un susurro era una charla normal para mí. Una charla normal, un grito. Un grito, una saturación. Una saturación me era imperceptible.
Vivía en el campo, dónde se podrían encontrar los mejores sonidos si no era en la naturaleza pura de nuestro país. Me la pasaba escuchando el viento, el mugido de las vacas, el cantar de los pájaros, el caudal ríos. Decidía viajar. El grito de los teros terminaba con mi paciencia.
Me retiraba hacia el mar. Por fin podría escuchar con claridad el ruido de las olas sin poner el oído en un sucio caracol. No sólo me era imposible escuchar el mar, sino que el choque del agua contra la arena trituraba mi cerebro hasta no sentir nada.
Luego viajaba a la ciudad a visitar a mi familia. Al parecer, hacía tiempo que no los veía. El ruido del tráfico no me afectaba mientras me mantenía en el auto. Mi madre me susurraba (estaba, como todos, al tanto de mi cualidad). En mi familia se compadecían de mí, y se reían a mi espalda. Hablaban por lo bajo, pero claro, igual los escuchaba. Y ellos sabían que los escuchaba. Entendí por qué hacía tiempo que no iba allí.
Visitaba al médico. Previamente me había comprado unas orejeras para caminar por la calle. Mi doctor me decía (susurraba) que ya habíamos discutido esto hace años. Que no había una cura para mi “capacidad diferente”. Me daba, según él, las pastillas que siempre le pedía y me saludaba con la mano, sin decir nada más.
Salía a la calle y un pitido insoportable no me dejaba escuchar nada. Tenía puestas las orejeras, pero el sonido seguía perforando mis oídos. Desperté con el sonido del despertador. Lo apagué. Comprobé que un silencio infernal me rodeaba. Me levanté para asegurarme que no volvería a esa pesadilla. Fui a trabajar, como siempre. Pero no pude evitar estar todo el día intentando captar alguna conversación, sonido y hasta algún silencio.
Y su columna me dejó como el final de Hamlet: “The rest is silence”.
(¿Será Bermúdez un nuevo príncipe de Dinamarca?).
SONIDO
Ayer soñé que mis oídos escuchaban más de lo normal. Mi sentido auditivo se había amplificado tanto que nada se me escapaba. Cuando salía de mi casa podía captar, cuando quisiera, todo tipo de conversación, sonido y hasta algún silencio. Sólo tenía que apuntar mis orejas y oír. Un susurro era una charla normal para mí. Una charla normal, un grito. Un grito, una saturación. Una saturación me era imperceptible.
Vivía en el campo, dónde se podrían encontrar los mejores sonidos si no era en la naturaleza pura de nuestro país. Me la pasaba escuchando el viento, el mugido de las vacas, el cantar de los pájaros, el caudal ríos. Decidía viajar. El grito de los teros terminaba con mi paciencia.
Me retiraba hacia el mar. Por fin podría escuchar con claridad el ruido de las olas sin poner el oído en un sucio caracol. No sólo me era imposible escuchar el mar, sino que el choque del agua contra la arena trituraba mi cerebro hasta no sentir nada.
Luego viajaba a la ciudad a visitar a mi familia. Al parecer, hacía tiempo que no los veía. El ruido del tráfico no me afectaba mientras me mantenía en el auto. Mi madre me susurraba (estaba, como todos, al tanto de mi cualidad). En mi familia se compadecían de mí, y se reían a mi espalda. Hablaban por lo bajo, pero claro, igual los escuchaba. Y ellos sabían que los escuchaba. Entendí por qué hacía tiempo que no iba allí.
Visitaba al médico. Previamente me había comprado unas orejeras para caminar por la calle. Mi doctor me decía (susurraba) que ya habíamos discutido esto hace años. Que no había una cura para mi “capacidad diferente”. Me daba, según él, las pastillas que siempre le pedía y me saludaba con la mano, sin decir nada más.
Salía a la calle y un pitido insoportable no me dejaba escuchar nada. Tenía puestas las orejeras, pero el sonido seguía perforando mis oídos. Desperté con el sonido del despertador. Lo apagué. Comprobé que un silencio infernal me rodeaba. Me levanté para asegurarme que no volvería a esa pesadilla. Fui a trabajar, como siempre. Pero no pude evitar estar todo el día intentando captar alguna conversación, sonido y hasta algún silencio.
martes, 29 de abril de 2008
Guillermo
PAULA BARQUET llena de palabras el último aliento, trae a los locos, y resuelve con el misterio de lo que nunca terminó de ser comprendido. Al final, la vida reducida a palabras dichas parece una prueba, una especie de examen que se pierde una y otra vez, hasta en la última convocatoria.
GUILLERMO
Cuando el ser humano muere dice cosas. Y en este mundo de palabras fáciles (hola, chau) y distraídas (tengo sueño, qué hora es), algunas personas hoy están diciendo las últimas. A veces tendrán sentido, serán el epílogo meditado de quien se despide del mundo. Quizá, con humor: “Esto es lo que le pasa a los chicos malos” (Alfred Hitchcock), “Luz, más luz” (Goethe), “Perdonen por mi polvo” (Dorothy Parker), y la mejor: “Jesús mío, misericordia” (Al Capone). Otras veces la muerte nos pescará discutiendo en el auto o cantando al bajar una escalera y ahí las palabras tendrán el honor de haber sido las últimas sin merecerlo. Las más interesantes son las de los locos. Las del pleno delirio, demencia senil, las de años de agonía e incomprensión, esas verdaderamente mueven nuestros cerebros al escucharlas. Constituyen un misterio. Son palabras que se han ganado el lugar privilegiado de ser las últimas y quizá despidan a la persona en paso sin que nadie las comprenda. Pero las escucharemos, y les prestaremos una atención desmedida. Las pensaremos, y las repensaremos una y otra vez. Y no las entenderemos.
Los locos repiten. Dicen Guillermo, Guillermo, Guillermo. Insisten: Guillermo, Guillermo, Guillermo. Nos preguntamos quién será Guillermo. Un novio, un perro, un profesor, el amigo de, el primo de. Al rato, luego de un largo silencio: Guillermo López, Guillermo López, Guillermo López. Guillermo López, Guillermo López, Guillermo López. Pausa, y luego, un ángel, un ángel, un ángel, un ángel. La relación entre Guillermo López y el ángel de repente rompe nuestras mentes y creamos el personaje de ese hombre que portaba una medallita de un ángel en el pecho, al que ella le quiso hablar tantas veces y nunca se animó. El silencio ayuda, las palabras intercaladas con suspiros en medio de la nada tienen un poder insospechado en nuestra imaginación.
Total, que la persona muere y lo último que quería evocar no era Guillermo López y cierto ángel. Desde el cielo grita que nunca quiso lastimar a nadie, agradece a todos los que la cuidaron con amor, y se saca las ganas de explicar que Guillermo López fue un vendedor de libros que le había prometido la biografía de un santo cuyo nombre no recuerda, no de un ángel, perdón por el error, es que ya no estaba cuerda. Y nadie la escucha ya. ¿Qué diremos al final de nuestras vidas?
GUILLERMO
Cuando el ser humano muere dice cosas. Y en este mundo de palabras fáciles (hola, chau) y distraídas (tengo sueño, qué hora es), algunas personas hoy están diciendo las últimas. A veces tendrán sentido, serán el epílogo meditado de quien se despide del mundo. Quizá, con humor: “Esto es lo que le pasa a los chicos malos” (Alfred Hitchcock), “Luz, más luz” (Goethe), “Perdonen por mi polvo” (Dorothy Parker), y la mejor: “Jesús mío, misericordia” (Al Capone). Otras veces la muerte nos pescará discutiendo en el auto o cantando al bajar una escalera y ahí las palabras tendrán el honor de haber sido las últimas sin merecerlo. Las más interesantes son las de los locos. Las del pleno delirio, demencia senil, las de años de agonía e incomprensión, esas verdaderamente mueven nuestros cerebros al escucharlas. Constituyen un misterio. Son palabras que se han ganado el lugar privilegiado de ser las últimas y quizá despidan a la persona en paso sin que nadie las comprenda. Pero las escucharemos, y les prestaremos una atención desmedida. Las pensaremos, y las repensaremos una y otra vez. Y no las entenderemos.
Los locos repiten. Dicen Guillermo, Guillermo, Guillermo. Insisten: Guillermo, Guillermo, Guillermo. Nos preguntamos quién será Guillermo. Un novio, un perro, un profesor, el amigo de, el primo de. Al rato, luego de un largo silencio: Guillermo López, Guillermo López, Guillermo López. Guillermo López, Guillermo López, Guillermo López. Pausa, y luego, un ángel, un ángel, un ángel, un ángel. La relación entre Guillermo López y el ángel de repente rompe nuestras mentes y creamos el personaje de ese hombre que portaba una medallita de un ángel en el pecho, al que ella le quiso hablar tantas veces y nunca se animó. El silencio ayuda, las palabras intercaladas con suspiros en medio de la nada tienen un poder insospechado en nuestra imaginación.
Total, que la persona muere y lo último que quería evocar no era Guillermo López y cierto ángel. Desde el cielo grita que nunca quiso lastimar a nadie, agradece a todos los que la cuidaron con amor, y se saca las ganas de explicar que Guillermo López fue un vendedor de libros que le había prometido la biografía de un santo cuyo nombre no recuerda, no de un ángel, perdón por el error, es que ya no estaba cuerda. Y nadie la escucha ya. ¿Qué diremos al final de nuestras vidas?
martes, 22 de abril de 2008
Concepción
FLORENCIA AMARO afronta con entereza el parto de un texto. Es una madre responsable. Sobran más comentarios.
CONCEPCIÓN
Estoy embarazada. De tres palabras, ahora más, y un signo de puntuación. Espero para los 2.500 caracteres, quizás los 2.300, no lo puedo garantizar: la naturaleza es sabia pero no adivina. Pero tengo que confesar algo. No es mi hijo. Soy un vientre alquilado por alguna voz que viene del más allá. El trato me autoriza a tener ciertos derechos sobre el nuevo ser. Como elegir la forma de concebirlo. Entonces, cuando la voz habla recurro a mi lápiz mecánico 0.7 y una libreta rayada Papiros. Cuando la voz habla, como en plena emergencia fisiológica, corro a mis dos aliados. La voz habla, la escucho, y registro cada una de sus palabras.
Es muy romántico escribir a mano. El placer de sentir cómo se deliza suavemente el lápiz sobre la hoja. No tiene comparación. Cada verbo, adverbio y adjetivo es minuciosamente calculado. Cada signo es minuciosamente aplicado. El punto es el punto. Respiro y prosigo. La coma es el hambre de querer seguir sumando más aderezos al menú. Y el punto y aparte, es el añorado descanso de la mano y el lápiz. Pero la mente insiste, sigue hablando y termina por imponer una carrera contra reloj al resto del cuerpo. Es lo que tienen los partos naturales. Son lentos, dolorosos y asquerosos (mano manchada de grafito). Y en esa distracción, muchas veces lo único que escribo son copias empobrecidas de lo que habría sido el original perfecto. Probar otro método sería una condena a la inmortalidad ficticia, la de una velocidad que gana al puño del escritor, propia de la tecnología. A veces me deja sola.
El momento más frustrante para una madre es ilusionarse con el hijo que no va a llegar a nacer. Porque la idea puede ser inoportuna y llegar en el momento menos apropiado. Retengo cada expresión, trato de improvisar un poco con mi léxico, pero una madre sabe cuándo llega el final. Para el escritor, sentir morir una idea es sentir morir una creación. Los hijos son una creación. Mis escritos son mis hijos (mi familia es numerosa). Es como un embarazo que no llega a término, y despoja a los padres de toda ilusión; algún Pulitzer, tal vez. Me da miedo quedar estéril. Pero silencio, la voz se quiere callar, y me dice que no queda bien hablar de la muerte, cuando una nueva vida acaba de llegar.
CONCEPCIÓN
Estoy embarazada. De tres palabras, ahora más, y un signo de puntuación. Espero para los 2.500 caracteres, quizás los 2.300, no lo puedo garantizar: la naturaleza es sabia pero no adivina. Pero tengo que confesar algo. No es mi hijo. Soy un vientre alquilado por alguna voz que viene del más allá. El trato me autoriza a tener ciertos derechos sobre el nuevo ser. Como elegir la forma de concebirlo. Entonces, cuando la voz habla recurro a mi lápiz mecánico 0.7 y una libreta rayada Papiros. Cuando la voz habla, como en plena emergencia fisiológica, corro a mis dos aliados. La voz habla, la escucho, y registro cada una de sus palabras.
Es muy romántico escribir a mano. El placer de sentir cómo se deliza suavemente el lápiz sobre la hoja. No tiene comparación. Cada verbo, adverbio y adjetivo es minuciosamente calculado. Cada signo es minuciosamente aplicado. El punto es el punto. Respiro y prosigo. La coma es el hambre de querer seguir sumando más aderezos al menú. Y el punto y aparte, es el añorado descanso de la mano y el lápiz. Pero la mente insiste, sigue hablando y termina por imponer una carrera contra reloj al resto del cuerpo. Es lo que tienen los partos naturales. Son lentos, dolorosos y asquerosos (mano manchada de grafito). Y en esa distracción, muchas veces lo único que escribo son copias empobrecidas de lo que habría sido el original perfecto. Probar otro método sería una condena a la inmortalidad ficticia, la de una velocidad que gana al puño del escritor, propia de la tecnología. A veces me deja sola.
El momento más frustrante para una madre es ilusionarse con el hijo que no va a llegar a nacer. Porque la idea puede ser inoportuna y llegar en el momento menos apropiado. Retengo cada expresión, trato de improvisar un poco con mi léxico, pero una madre sabe cuándo llega el final. Para el escritor, sentir morir una idea es sentir morir una creación. Los hijos son una creación. Mis escritos son mis hijos (mi familia es numerosa). Es como un embarazo que no llega a término, y despoja a los padres de toda ilusión; algún Pulitzer, tal vez. Me da miedo quedar estéril. Pero silencio, la voz se quiere callar, y me dice que no queda bien hablar de la muerte, cuando una nueva vida acaba de llegar.
martes, 15 de abril de 2008
Chocolate
HUGO HERNÁNDEZ prefiere, supone, se pregunta, mira... "El chocolate puede no ser dulce, puede ser amargo. Todo tiene dos formas de mirarlo, tan sólo hay que saber hacerlo". El chocolatero HUGO prefiere, supone, se pregunta, mira... y enfrenta: hace.
(Además, HUGO es optimista).
CHOCOLATE
Lo prefiero de chocolate. Un jardín hecho de chocolate. Imagino un rosal, una enredadera. Flores blancas y marrones, la conjunción perfecta de color. Armonía. El pasillo central, de chocolate en rama, atraviesa el lugar y muere en la olla del cocinero del jardín (supongo que en un jardín de chocolate el jardinero debe de ser una especie de repostero). Alrededor hay restos de maní que conducen hacia una puerta hecha de waffle. En letras de chocolate dice: “Los que entráis, abandonad toda esperanza”. Sorprendido, tal vez empalagado, me alejo. Sin embargo no puedo evitar preguntarme si el infierno en lugar de fuego tiene también chocolate, aunque difícilmente la dulzura pueda existir ahí. Tengo que averiguarlo. Migajas de waffle caen sobre mis zapatos al abrir la puerta. “Bienvenido al jardín de las palabras”, se escucha apenas de una voz gruesa gastada, como la de un anciano en el silencio del lugar. Al final de la sala hay un libro gordo. La página que muestra tiene escrita en letra cursiva una pregunta: “¿Entiendes?”. (Suena una alarma) Desperté. No recuerdo la última parte del sueño. Nada cambió. Estaba dormido.
Un día normal; desayuno, trabajo, algo de deporte y poco más. Sigo siendo el mismo infeliz que soñó con jardines de chocolate. Incapaz de olvidar la pregunta empecé a buscar el significado de lo que vi. Qué puede uno entender con el chocolate. El chocolate es dulce, genera reacciones alérgicas en algunas personas, se come mejor en invierno que en verano. Poco más. Sentado en un sillón en el fondo de casa miré detenidamente el rosal de mi abuela. Nada extraño; flores casi marchitas, hojas tan verdes que parecen pintadas, algún insecto impertinente volando alrededor. No comprendo. Llamé a un amigo, psicólogo freudiano, un poco loco, pero de esos que dicen entender lo que sueña la gente. Le pregunté qué simbolizaba el chocolate, le conté y no me supo contestar. Chocolate de nuevo, estoy aquí. La olla se desborda de chocolate blanco. Las huellas del repostero se ven marcadas en blanco sobre el suelo de chocolate en rama negro. Rápido avanzo hacia el libro. Esta vez tiene un dibujo, una rosa de chocolate con los pétalos blancos y el tallo negro.
No había más palabras para descifrar. No había más nada. Pero la rosa tenía una espina. El chocolate puede no ser dulce, puede ser amargo. Todo tiene dos formas de mirarlo, tan sólo hay que saber hacerlo.
(Además, HUGO es optimista).
CHOCOLATE
Lo prefiero de chocolate. Un jardín hecho de chocolate. Imagino un rosal, una enredadera. Flores blancas y marrones, la conjunción perfecta de color. Armonía. El pasillo central, de chocolate en rama, atraviesa el lugar y muere en la olla del cocinero del jardín (supongo que en un jardín de chocolate el jardinero debe de ser una especie de repostero). Alrededor hay restos de maní que conducen hacia una puerta hecha de waffle. En letras de chocolate dice: “Los que entráis, abandonad toda esperanza”. Sorprendido, tal vez empalagado, me alejo. Sin embargo no puedo evitar preguntarme si el infierno en lugar de fuego tiene también chocolate, aunque difícilmente la dulzura pueda existir ahí. Tengo que averiguarlo. Migajas de waffle caen sobre mis zapatos al abrir la puerta. “Bienvenido al jardín de las palabras”, se escucha apenas de una voz gruesa gastada, como la de un anciano en el silencio del lugar. Al final de la sala hay un libro gordo. La página que muestra tiene escrita en letra cursiva una pregunta: “¿Entiendes?”. (Suena una alarma) Desperté. No recuerdo la última parte del sueño. Nada cambió. Estaba dormido.
Un día normal; desayuno, trabajo, algo de deporte y poco más. Sigo siendo el mismo infeliz que soñó con jardines de chocolate. Incapaz de olvidar la pregunta empecé a buscar el significado de lo que vi. Qué puede uno entender con el chocolate. El chocolate es dulce, genera reacciones alérgicas en algunas personas, se come mejor en invierno que en verano. Poco más. Sentado en un sillón en el fondo de casa miré detenidamente el rosal de mi abuela. Nada extraño; flores casi marchitas, hojas tan verdes que parecen pintadas, algún insecto impertinente volando alrededor. No comprendo. Llamé a un amigo, psicólogo freudiano, un poco loco, pero de esos que dicen entender lo que sueña la gente. Le pregunté qué simbolizaba el chocolate, le conté y no me supo contestar. Chocolate de nuevo, estoy aquí. La olla se desborda de chocolate blanco. Las huellas del repostero se ven marcadas en blanco sobre el suelo de chocolate en rama negro. Rápido avanzo hacia el libro. Esta vez tiene un dibujo, una rosa de chocolate con los pétalos blancos y el tallo negro.
No había más palabras para descifrar. No había más nada. Pero la rosa tenía una espina. El chocolate puede no ser dulce, puede ser amargo. Todo tiene dos formas de mirarlo, tan sólo hay que saber hacerlo.
martes, 8 de abril de 2008
Dinero y más dinero
JOSÉ MAJÓ se transmuta en Anonetoy para escribir un lujo de detalles bien llevados: Dinero y más dinero. La excusa era una imitación del estilo de Juan José Millás. Creo que la excusa quedó muy atrás, y que muchos (¡ay!) pasarán el día como buscadores de dinero, a sabiendas de que no irán más allá de "cambiar letras por números, sueños por fórmulas, harina por marfil".
DINERO Y MÁS DINERO
Para los niños es sencillo volverse millonarios. Lo confirmó Mateo, protegido por su séquito de hermanos mayores. Los pimpollos se resguardaron detrás de una reja y montaron un negocio de galletas a peso que, en caso de no aceptarlas, se ofrecían gratuitamente. No había modo de no comprarlas. Estaba parado ante los discípulos de Kotler. Y aunque dudé de la procedencia de aquellas galletas, lo lograron. No exigí la certificación ISO 9001. Mateo trajo una bandeja recién horneada por su madre: las provisiones suficientes para conseguir una pila de dinero, guardarlo debajo de la cama, y aplastar a cualquier intruso de la noche con su poderío económico. Como tantos otros. Elegí la galleta con forma de elefante. Curiosamente no tenía colmillos. El pobre elefante de harina, que mueve las orejas llamando a su mamita, perdió sus colmillos a manos de los cazadores del capitalismo.
Al día siguiente decidí armar mi propio negocio. La medida era irrevocable. Si ellos podían, yo también. Sólo quedaba una pequeña cuestión por decidir: ¿Qué hacer? Enfundé mi rostro de ineptitud y lo cambié por una impresión reflexiva e indiferente, como todo empresario exitoso. Consideremos aquellas ideas por las originalmente nadie daba un céntimo y terminaron por convertirse en un bombazo. Entre ellas, el millón de píxeles vendidos a dólar. O los Doogles, las gafas de bucear para perros. O Positivesdating.com, el sitio web que concibe citas entre personas con Sida. Podría seguir. Pero no. Debo pensar oportunidades de negocio, nichos de mercado, como dirían los investigadores de mercado.
En la oftalmología está el futuro. Bien sabemos que todos los niños usarán lentes. Esa es una verdad a tener en cuenta. Aunque con el boom del calentamiento las bicicletas se pondrán de moda. Podría, quién sabe, dedicarme a ensamblar bicicletas ecológicas a partir de envases descartables. Podría, quién sabe, vivir de la planificación de bodas. Total, actualmente el promedio de casamientos per cápita es altísimo. Se me viene a la cabeza la idea de convertirme en traductor de chino, aunque con la idea viene el problema: se me escaparía la vida aprendiendo chino, y la riqueza, sólo vendría con los años. Necesito algo inmediato. A partir de mañana comenzaré algo grande, con la convicción de convertirme en un magnate. Y todo irá bien. Pasaré el día en búsqueda, con la impresión de que no haré más que cambiar letras por números, sueños por fórmulas, harina por marfil.
DINERO Y MÁS DINERO
Para los niños es sencillo volverse millonarios. Lo confirmó Mateo, protegido por su séquito de hermanos mayores. Los pimpollos se resguardaron detrás de una reja y montaron un negocio de galletas a peso que, en caso de no aceptarlas, se ofrecían gratuitamente. No había modo de no comprarlas. Estaba parado ante los discípulos de Kotler. Y aunque dudé de la procedencia de aquellas galletas, lo lograron. No exigí la certificación ISO 9001. Mateo trajo una bandeja recién horneada por su madre: las provisiones suficientes para conseguir una pila de dinero, guardarlo debajo de la cama, y aplastar a cualquier intruso de la noche con su poderío económico. Como tantos otros. Elegí la galleta con forma de elefante. Curiosamente no tenía colmillos. El pobre elefante de harina, que mueve las orejas llamando a su mamita, perdió sus colmillos a manos de los cazadores del capitalismo.
Al día siguiente decidí armar mi propio negocio. La medida era irrevocable. Si ellos podían, yo también. Sólo quedaba una pequeña cuestión por decidir: ¿Qué hacer? Enfundé mi rostro de ineptitud y lo cambié por una impresión reflexiva e indiferente, como todo empresario exitoso. Consideremos aquellas ideas por las originalmente nadie daba un céntimo y terminaron por convertirse en un bombazo. Entre ellas, el millón de píxeles vendidos a dólar. O los Doogles, las gafas de bucear para perros. O Positivesdating.com, el sitio web que concibe citas entre personas con Sida. Podría seguir. Pero no. Debo pensar oportunidades de negocio, nichos de mercado, como dirían los investigadores de mercado.
En la oftalmología está el futuro. Bien sabemos que todos los niños usarán lentes. Esa es una verdad a tener en cuenta. Aunque con el boom del calentamiento las bicicletas se pondrán de moda. Podría, quién sabe, dedicarme a ensamblar bicicletas ecológicas a partir de envases descartables. Podría, quién sabe, vivir de la planificación de bodas. Total, actualmente el promedio de casamientos per cápita es altísimo. Se me viene a la cabeza la idea de convertirme en traductor de chino, aunque con la idea viene el problema: se me escaparía la vida aprendiendo chino, y la riqueza, sólo vendría con los años. Necesito algo inmediato. A partir de mañana comenzaré algo grande, con la convicción de convertirme en un magnate. Y todo irá bien. Pasaré el día en búsqueda, con la impresión de que no haré más que cambiar letras por números, sueños por fórmulas, harina por marfil.
jueves, 3 de abril de 2008
Amor
MARIANA GUGELMEIER mira, escucha... y sabe que los membrillos deben despellejarse desde el culo y en forma circular. MARIANA enamora con su prosa, y nada mejor que este título, "Amor", para empezar.
(La inspiración la brindó Manuel Rivas y su saga de columnas con ese título).
AMOR
En la casa de los Rodríguez se cocinaba para un pelotón. Aquel día la mesa tenía cinco picos y dos valles: la mamá y la pequeña de cinco. El resto, más que picos, eran trompas y lomadas. El plato del día, lasaña. Papá oso aprobó el menú de un tenedorazo. Los chicos acercaron el plato a cinco centímetros de la fuente y lo retiraron tres segundos antes de recibir el cuarto cucharón. Con el buche lleno, comenzó el ritual de las anécdotas. Muchas risas y algún puchero disimulado de Mercedes. Luego, el postre.
La Pascua anterior hubo asado con papas a la parrilla y el festín duró hasta las tres de la tarde, así que el sacrificio consistió en un par de horas menos de siesta. Para los grandes, porque a los jóvenes les tocó lavar la vajilla y luego ayudar a la abuela Olinda a juntar tierra para sus plantas. En eso cayó su cuñado, el viejo Carlos. Muy idóneo y excelente cuentista, se hincó en el césped y dio indicaciones sobre cómo era la mejor forma de remover la tierra. La abuela mostró los dientes. Hablaron de política y terminaron poniéndose de acuerdo en que el Partido Nacional debía traer gente joven a la candidatura. “No se habla de política en Pascua”, advirtió el mayor de los hermanos. “Cuando tenía tu edad no me permitían hacer nada, y ahora de viejo, que ni siquiera puedo comer chocolate, la gente me prohíbe hablar. ¡Al carajo!” La boca escupía palomitas y después, el grano de maíz entero. Los sobrinos nietos lo dejaron hablando solo.
Este año el protocolo se repitió. A la hora de la siesta, tío Carlos llegó con su esposa y un atado de membrillos- manzana, verdes y muy ácidos. “Hay que comerlos con una copa de vino tinto, mejor si es merlot”, e indicó con el dedo torcido la copa que estaba sobre la mesa. La pequeña corrió y se la llevó. El viejo miró aquel rostro tierno e inexperto, y decidió pelar una fruta especialmente para ella. “Los membrillos deben despellejarse desde el culo y en forma circular, ¿ves?” Los hermanos rieron en voz baja. “Porque si lo haces de otra forma tardas más y la fruta se oxida”, agregó. Entonces comenzó con un recuento de historias de cuando él era joven. Su esposa lo miraba de reojo de cuando en cuando. El viejo exageraba cada vez más. Pero era agradable ver a la niña sentada en las rodillas de un anciano que daría la vida por tener a sus hijos con él, y algunos nietos que le fastidiaran la siesta. Por el momento, él se encargaba de fastidiársela a su único sobrino y a los hijos de éste. Entre risas y miradas cómplices, la niña y el anciano tomaron un cuchillo y pelaron los membrillos para los muchachos. A pesar de todo, eran chicos buenos y era domingo de Pascua. Se sirvieron vino y brindaron.
(La inspiración la brindó Manuel Rivas y su saga de columnas con ese título).
AMOR
En la casa de los Rodríguez se cocinaba para un pelotón. Aquel día la mesa tenía cinco picos y dos valles: la mamá y la pequeña de cinco. El resto, más que picos, eran trompas y lomadas. El plato del día, lasaña. Papá oso aprobó el menú de un tenedorazo. Los chicos acercaron el plato a cinco centímetros de la fuente y lo retiraron tres segundos antes de recibir el cuarto cucharón. Con el buche lleno, comenzó el ritual de las anécdotas. Muchas risas y algún puchero disimulado de Mercedes. Luego, el postre.
La Pascua anterior hubo asado con papas a la parrilla y el festín duró hasta las tres de la tarde, así que el sacrificio consistió en un par de horas menos de siesta. Para los grandes, porque a los jóvenes les tocó lavar la vajilla y luego ayudar a la abuela Olinda a juntar tierra para sus plantas. En eso cayó su cuñado, el viejo Carlos. Muy idóneo y excelente cuentista, se hincó en el césped y dio indicaciones sobre cómo era la mejor forma de remover la tierra. La abuela mostró los dientes. Hablaron de política y terminaron poniéndose de acuerdo en que el Partido Nacional debía traer gente joven a la candidatura. “No se habla de política en Pascua”, advirtió el mayor de los hermanos. “Cuando tenía tu edad no me permitían hacer nada, y ahora de viejo, que ni siquiera puedo comer chocolate, la gente me prohíbe hablar. ¡Al carajo!” La boca escupía palomitas y después, el grano de maíz entero. Los sobrinos nietos lo dejaron hablando solo.
Este año el protocolo se repitió. A la hora de la siesta, tío Carlos llegó con su esposa y un atado de membrillos- manzana, verdes y muy ácidos. “Hay que comerlos con una copa de vino tinto, mejor si es merlot”, e indicó con el dedo torcido la copa que estaba sobre la mesa. La pequeña corrió y se la llevó. El viejo miró aquel rostro tierno e inexperto, y decidió pelar una fruta especialmente para ella. “Los membrillos deben despellejarse desde el culo y en forma circular, ¿ves?” Los hermanos rieron en voz baja. “Porque si lo haces de otra forma tardas más y la fruta se oxida”, agregó. Entonces comenzó con un recuento de historias de cuando él era joven. Su esposa lo miraba de reojo de cuando en cuando. El viejo exageraba cada vez más. Pero era agradable ver a la niña sentada en las rodillas de un anciano que daría la vida por tener a sus hijos con él, y algunos nietos que le fastidiaran la siesta. Por el momento, él se encargaba de fastidiársela a su único sobrino y a los hijos de éste. Entre risas y miradas cómplices, la niña y el anciano tomaron un cuchillo y pelaron los membrillos para los muchachos. A pesar de todo, eran chicos buenos y era domingo de Pascua. Se sirvieron vino y brindaron.
Columneo
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